Una dosis de solidaridad para curar el coronavirus

Columna del director del Instituto de la Doctrina Social de la Iglesia, Lcdo. Israel Santiago Lugo

 

 

 

Decía Winston Churchill que “el precio de la grandeza es la responsabilidad”.  A esa frase yo me atrevo a añadir la palabra solidaridad.  Dice el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que solidaridad es: “la adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”.  Por otro lado, las enseñanzas sociales de la Iglesia católica le dan al principio de la solidaridad una gran importancia.  De hecho, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en su número 195, establece lo siguiente:

“El principio de solidaridad implica que los hombres de nuestro tiempo cultiven aún más la conciencia de la deuda que tienen con la sociedad en la cual están insertos: son deudores de aquellas condiciones que facilitan la existencia humana, así como del patrimonio, indivisible e indispensable, constituido por la cultura, el conocimiento científico y tecnológico, los bienes materiales e inmateriales, y todo aquello que la actividad humana haya producido”.

En palabras sencillas, la solidaridad es la virtud de preocuparnos por el bienestar de nuestros semejantes, sin importar quien sea.  Aquella máxima universal de “ama a tu prójimo como a ti mismo”.  Esto parece ser básico y harto conocido, pero los eventos de los últimos días me han compelido ha realizar esta reflexión.

Mi preocupación está dirigida a que la principal línea de defensa frente a la pandemia de Covid-19 que enfrentamos es la responsabilidad ciudadana.  Pero las acciones de muchos nos hacen pensar que esa conciencia ciudadana no está presente.  Sucesos como el frenesí de compras compulsivas que dejó a muchos sin poder conseguir los productos necesarios ante el acaparamiento de unos pocos, y las decenas de arrestos por violación al toque de queda establecido por las autoridades,  confirman mi preocupación.  Altamente alarmante es el hecho de que todavía existan algunas personas intentando politizar o minimizar la realidad tan preocupante que enfrentamos.

Los datos que se tienen hasta el momento tienden a indicar que la mayoría de los ciudadanos sufrirán síntomas leves o moderados y se curarán de la enfermedad sin mayores problemas.  Sin embargo, esto no puede servir de alivio a nadie.  Mucho menos ser excusa para no tomar en serio o incumplir las directrices de las autoridades sanitarias.  Nuestros viejos y personas vulnerables, por sus condiciones preexistentes, son responsabilidad de todos.

Por eso, todos debemos esforzarnos para cumplir con creces todas las recomendaciones de prevención y protección contra el Covid-19 que nos indiquen las autoridades.  De esa manera protegemos a nuestros hermanos más vulnerables y fomentamos una sociedad más justa, conceptos con los que todos estamos de acuerdo.

Peo me atrevo a lanzar un reto adicional que va más allá de la presente emergencia.  Atrevámonos a vivir la solidaridad para atender las grandes injusticias, los retos y problemas que enfrentamos como sociedad.  Quizá nos demos cuenta de que la solución a todos estos predicamentos está más cerca y accesible a nuestras manos de lo que pensamos. Al final del día se trata de preocuparnos y actuar por el bien de nuestros semejantes.  Que Dios nos ayude en este tiempo de retos.

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