¿PENA DE MUERTE?
Por: Mons. Félix Lázaro Martínez, Sch. P., Obispo de Ponce
¿Tiene autoridad un gobierno para imponer la pena de muerte?
La respuesta es, teóricamente, sí. De la misma manera que un individuo tiene derecho a defenderse de un injusto agresor, la sociedad tiene derecho a defenderse de un delincuente que representa un peligro.
Pero vayamos por partes. El individuo tiene derecho a defenderse de un injusto agresor, e, incluso causarle la muerte. Pero, SÓLO cuando no tiene otro medio para defenderse. Si puede herirle, sin causarle la muerte, haría mal en matarlo. Sería un remedio desproporcionado. Incluso, si puede zafarse del injusto agresor, sin necesidad de herirle, no tiene legitimidad para herirle. SÓLO y ÚNICAMENTE está moralmente autorizado a matar al injusto agresor cuando no tiene otra alternativa.
Esta misma norma moral se aplica en el caso de un delincuente que representa una amenaza para la sociedad. SÓLO y ÚNICAMENTE puede ser condenado a la pena de muerte cuando la sociedad, dígase el gobierno, las fuerzas policiales, los jueces, no tienen otra alternativa, que sentenciar a muerte al delincuente, para evitar que la persona siga cometiendo más delitos o más asesinatos.
Mi pregunta en ese caso es: ¿De verdad los gobiernos no tienen HOY, EN PLENO SIGLO XXI, otros medios para controlar al delincuente que no sea la pena de muerte?
Porque SI LOS TIENEN, NO LES ES LÍCITO dar muerte al delincuente, sin antes agotar los otros medios. Esto es lo racional, el modo humano de proceder.
Y ¿qué Gobierno NO TIENE HOY los medios para controlar al delincuente, sin necesidad de recurrir a la Pena de Muerte?
Por lo que, en la práctica, es irracional, contra toda razón humana, imponer la pena de muerte en la sociedad en la que nos ha tocado vivir.
Un mal no se resuelve con otro mal. Una muerte, aun causada por asesinato, no se resuelve con otra muerte. Dar muerte a un ser humano, aunque sea un criminal, es innecesario, puesto que existen otros medios, es un mal. Una ley sorda, rígida, sin espíritu, sin piedad, sin clemencia, no sirve, hay que eliminarla. Dureza no debe confundirse con rectitud. La rectitud es afín a la misericordia. La dureza puede degenerar en terquedad.
No pretendemos que el crimen quede impune. Por el contrario, abogamos por medidas justas, incluso severas y nos ponemos del lado de las víctimas, familiares y amigos. Pero no vemos la pena de muerte como necesaria, ni como la mejor solución. La pena de muerte no devuelve la vida de la víctima, ni elimina el dolor de la familia y amigos. Más bien, genera el dolor de otra familia, también ella, en la mayor parte de los casos, inocente, la familia del delincuente.
Conclusión: Hoy la pena de muerte es un retroceso de la aplicación de la Ley natural. Hoy, a quien hay que condenar a muerte, es a la pena de muerte.