Revivir lo vivido
Un encuentro con Don Miguel Ángel Cintrón González y el paso de Irma.
Leomary Cintrón Santiago
oficial administrativo
Oficina de Relaciones Públicas
estudiante de maestría
Educación Gerencial, PUCPR
La noche del miércoles 6 de septiembre de 2017 será un recuerdo significativo en mi memoria por dos razones: el paso del huracán Irma por Puerto Rico y la entrevista a mi padre. Él cumple 92 años el próximo noviembre, pero tiene una mente privilegiada. Cuando cayó la noche, le expliqué a mi padre que iba a entrevistarlo. Agarré una linterna, una libreta, un bolígrafo y comencé a preguntarle sin orden alguno. Mientras, él iba desenrrollando esta valiosa lección de historia sin prisa, pero sin pausa.
“Para el huracán San Felipe yo era un niño pequeñó. Fue un huracán fuerte y estábamos en una tormentera que hizo papá. Yo me asomaba por el espacio que había entre la tierra y la tapa de la tormentera y podia ver cuando las planchas de zinc y las matas de plátano iban volando. Es lo poco que puedo recordar de ese huracán. Yo viví el huracán San Ciprián en 1933. Tenía 7 años. La tormentera estaba bajo tierra y terminaba en dos aguas en madera y zinc en forma de triángulo. Eran cuadradas o rectangulares dependiendo de la familia. Nosotros éramos 11 con papá y mamá. Imagínate, todos apretaditos allá abajo pasando ese mal tiempo.
La casa era de madera y vivíamos frente a un monte, llamado el farallón, que hacía un estruendo cuando se acercaba mal tiempo. El monte anunciaba el mal tiempo. Allí, en lo alto, se cosechaban guineos, aguacate, café. En la falda del farallón se cosechaban batatas, ñames, malangas, ajos, cebollas. Cerca de la casa se sembraba recao, chincha (cilantrillo), pimiento, tomate.
Cuando había mal tiempo el monte tronaba, pero si era ciclón, se mantenía en silencio. Un peligroso silencio. Mamá preparaba caldo de gallina y funche y los llevaba a la tormentera para alimentarnos.”
Comencé entonces a preguntarle cómo era la vida en familia en esa época. Su memoria viajó y comenzó a revivir lo vivido.
“En la Navidad se mataba un lechón. Ese lechón se adobaba con recao, tomate, ajo, cebolla y pimienta. La manteca que botaba se guardaba para tocino. Las patas se usaban para mondongo. Papá mataba el cerdo y con la sangre hacía morcillas. Los intestinos se lavaban en la quebrada. Se le conocía también como las tripas del cerdo. ¡Eran sabrosas! Del cerdo se utilizaba todo. Cuando la cerda iba a parir, papá y mamá se amanecían velándola. En la casa había un molino y se molía el maíz y el café. El café se tostaba y se molía en la casa. De los años 20 en adelante se empezó a vender café crudo, tostado. Ahora se vende en harina. Antes el café era para el consumo de la famiia al igual que el guineo y el plátano. El guineo se regalaba o se le echaba a los animales.
Para 1930 en Puerto Rico se producía arroz. El arroz se usaba mucho en Navidad. Los aguinaldos y las parrandas eran muy populares y se les obsequiaba a los amigos, parientes y vecinos el arroz con dulce. También se cumplían las promesas, oraciones cantadas que se acostumbraban y todavía se practican en muchos pueblos. Las panderetas se hacían con el cuero del cabro o de la vaca. Yo llegué a tocar pandereta y escribí este aguinaldo:
Con el Padre Nuestro empieza mi oración
que con devoción al acostarme rezo
le sigue el Pan Nuestro porque es un mandato
que desde lo alto nos dicta El Supremo.
así es que yo rezo el Santo Rosario”.
Hasta aquí mi entrevista. Luego de esto nos enteramos del viraje que dio Irma y le agradecimos a Dios. Disfruté este momento. Don Miguel Ángel Cintrón González vivió la historia. Hubiera sido un excelente maestro.