Desde la Pontificia

Volvimos a ser aldea

Debemos rendir cuentas de nuestras acciones ante Dios. Podremos engañar a nuestras familias, a nuestra aldea, a nuestra casta, pero nunca podremos engañar a Dios (Mahatma Gandhi).

 

Recientemente leí en una columna, sobre la situación que vivimos con el coronavirus, la expresión “volvimos a ser aldea”.  Al leerla recordé la expresión del papa Francisco cuando convocó al establecimiento de un pacto educativo global “cada cambio necesita un camino educativo que involucre a todos. Para ello se requiere construir una ‘aldea de la educación’ donde se comparta, en la diversidad, el compromiso por generar una red de relaciones humanas y abiertas. Un proverbio africano dice que ‘para educar a un niño se necesita una aldea entera’. Por lo tanto, debemos construir esta aldea como condición para educar”.

¿Y qué características tiene una aldea? Marshall Mcluhan, filósofo y educador canadiense, señala que la tecnología ha convertido nuestro mundo en una aldea “se perciben como cotidianos hechos y personas que tal vez sean muy distantes en el espacio e incluso el tiempo”. En una aldea, en su concepción tradicional, el tiempo parece que transcurre lentamente sin la prisa que nos parece que el tiempo tiene en los pueblos y ciudades. En esta aldea el sentido comunitario es más intenso, los individuos anclan su pasado, presente y futuro en las raíces de la aldea. Cada persona es importante en una aldea y cada uno depende del otro. Cada uno se siente involucrado con su aldea.

Las prioridades en una aldea giran alrededor de aquellas que sostengan las necesidades más importantes para su existencia. ¿Y dónde nos encontramos hoy ante esta pandemia? En muchos lugares los ciudadanos están aislados, preguntándose si tendrán acceso a las medicinas, a los servicios médicos, al empleo, a los víveres y si volveremos a congregarnos en nuestros templos. De momento en nuestra aldea el foco es en aquellas prioridades que sostengan la vida de cada uno de los que vivimos en ella. Ha sido muy interesante ver cómo hemos tenido que suspender tantas actividades que hasta hace poco tiempo decíamos que era imposible suspender o posponer. Y esas decisiones hubo que tomarlas súbitamente…era imprescindible cancelar o posponer. No se podía esperar. Volvimos a ser una aldea.

 

Dr. Jorge Iván Vélez Arocho
presidente
Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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