La Importancia de llamarse Izquierdo Mora

Por:  Manuel Izquierdo-Encarnación

Ser hijo del Dr. Luis Izquierdo Mora nunca fue un asunto fácil.  Porque en su caso había que aceptar que él pertenecía al país.  Y con ese pueblo que lo veneraba había que compartir su cariño.  Por eso escribo estas breves líneas.

Licenciado Manuel Izquierdo Encarnación, profesor de la Escuela de Derecho de la PUCPR.

Licenciado Manuel Izquierdo Encarnación, profesor de la Escuela de Derecho de la PUCPR.

Desde temprano en su vida decidió ser médico.  Puedo dar fe que era un médico excelente.  Su capacidad de diagnosticar el mal que aquejaba al paciente era impresionante.  Recuerdo aquella vez que advirtió el diagnóstico erróneo a un médico especialista que intentaba curar a un  joven vecino de nuestra comunidad.  Antes de ofrecer el diagnóstico correcto le dijo al especialista: “Perdone doctor.  Yo soy un simple médico de Río Piedras pero me parece que su paciente lo que tiene es  salmonela.”  Aquel médico reconoció su error y con la ayuda del Dr. Izquierdo Mora pudo salvar la vida de aquel niño.

Ese don de curar transformó al Dr. Izquierdo Mora en una leyenda en los barrios pobres de Río Piedras, Carolina, Trujillo Alto y otros pueblos de la periferia.  Los cuentos son inagotables.  Por ejemplo, un día, Doña Felícita del Barrio Buen Consejo me sacó por la “pinta”.  Me preguntó:  ¿Tú eres hijo de Izquierdo Mora?   Le contesté en la afirmativa.  Entonces ella me dijo: “Gracias a tu papá, se acabó el raquitismo en Buen Consejo.  Historias similares del “Médico de los Pobres” aún siguen fluyendo: “Tu papá me curó el asma”; “Tu papá salvó a mi hija de una infección”, “Mi mamá murió dignamente en los brazos de tu padre”.  Ese “ojo clínico”, según decía mi madre, también lo llevó a ser maestro de todas las escuelas de medicina del país.  De esa forma, hizo suya la vocación magisterial de su padre (Don Luis Izquierdo Gallo).

Aquella leyenda incursionó en la política puertorriqueña.  Lo tenía en la venas según decía su tío José Izquierdo-Gallo.  Era verdad.  Papi causaba temor a sus adversarios y terror a sus correligionarios.

Nunca pude entender de dónde sacaba las fuerzas.  Por la mañana iba a la oficina de médico para recetar.  Luego, por la tarde, llegaba al Senado para atender un sinnúmero de personas que querían verlo.  Al terminar la sesión, junto a Don William (su chofer) llegaban a WIAC-AM para transmitir para toda la isla un programa radial que se llamaba “Voz Popular”.  Dicho programa siempre terminaba con un grito de guerra: “A la lucha y a la victoria.  Fuego Popular.”  Finalmente, viajaba a algún barrio de San Juan o de otro municipio para hablar con su gente.  Aclaro que ser legislador en esa época no era asunto de castas o familias prominentes como han sugerido los legisladores actuales y sus asesores.  Ser legislador era servir bien al país.

Aquellos que lo acompañaron en el servicio público tenían que entender que para el Dr. Izquierdo Mora, los asuntos públicos no tenían hora de entrada o salida.  La hora típica de una reunión en el Departamento de Salud era a las 6:00am.  Nunca olvidaré una madrugada del año 1976 en Comerío.   Llegamos a casa del alcalde del pueblo.  Allí nos obsequiaron asopa’o y café.  En el balcón, Papi y aquel alcalde hicieron cuentos, al igual que dos amigos veteranos, de batallas pasadas, derrotas amargas y victorias inigualables.  Ceferino Díaz Angulo (su otro chofer) me relató otra historia.  Una madrugada, siendo Secretario de Salud llegó a un Centro de Diagnóstico y Tratamiento.  La sala de espera estaba llena y el médico de turno había optado por ausentarse.  Entonces hizo lo que nunca un secretario de gobierno había hecho: Pidió los récords médicos, un recetario y empezó a atender pacientes hasta que despejaron la sala.

Los últimos años de su vida fueron especiales.  Me refiero a que el médico, maestro y político redescubrió su rol de abuelo.  Estaba al tanto de los sueños y metas de sus nietos.  Los consentía.  Los apoyaba.  Los hizo comprender que no hay meta que sea imposible de alcanzar aunque se luche desde abajo, contra viento y marea, contra toda esperanza.

En los momentos finales permitió a sus familiares (cercanos y lejanos), amigos y pacientes el privilegio de cuidarlo hasta el suspiro final.  Pienso que ese proceso nos enseñó toda una mística del paciente enfermo que refleja el rostro del Cristo que padece.  Nos hizo vivir el lema de su vida:  “Se sirve sirviendo y el que no sirve simplemente no sirve.”

Esa es la importancia de llamarse Izquierdo Mora.

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