Desde la Pontificia

Ineptos en las crisis

Los malentendidos y la negligencia crean más confusión en el mundo que el engaño y la maldad. En todo caso, estos dos últimos son mucho menos frecuentes  (Goethe).

Hace algunos años salía de San José, Costa Rica hacia Houston, Texas para tomar un avión allí que me llevaría a Monterrey, México.  Era una hermosa y clara mañana. Tenía proyectos en estas dos ciudades y solo me quedaba ir a México antes de regresar a Puerto Rico. Acostumbraba sentarme en un asiento de ventana para admirar y fotografiar los hermosos volcanes que se observan al salir de San José, Arenales, Poas y otros. Sabía que tomaría hermosas fotografías como tantas otras veces. Es fascinante ver la Creación de Dios. El avión estaba repleto y había mucho bullicio y alegría pues un gran grupo de jóvenes misioneros regresaba a Estados Unidos después de realizar su labor evangelizadora. Tuve la oportunidad de conversar con algunos de ellos. Habían tenido una gran experiencia sirviendo a los más pobres.

Cuando aún el avión estaba en su inicial ascenso, como diez minutos después de despegar, se escuchó un golpe fuerte metálico como cuando a un abanico de metal le tiran algún objeto de metal. Inmediatamente se sintió un fuerte olor a combustible y al mirar el motor, del lado que yo ocupaba en el avión, vi que estaba en llamas. El capitán llamó a la jefa de los asistentes de vuelo quien estaba sentada al frente de donde yo me encontraba. Ella nos comunicó que teníamos que regresar al aeropuerto pues el vuelo no podía continuar. Se hizo un gran silencio en el avión y pensé “Esto es una crisis mayor. Nuestras vidas dependen de las capacidades y experiencia de este piloto”. El aterrizaje en ese aeropuerto siempre presenta sus retos, aun en condiciones normales, pues hay vientos cruzados y siempre vuelan muchos zopilotes alrededor del área de aterrizaje. La vuelta al aeropuerto tendría que hacerse  con un solo motor pues el capitán había decidido apagar el otro para evitar una catástrofe peor. De verdad esto era una crisis mayor.

Nadie podía estar preparado para lo que estábamos viviendo. Estábamos a merced de la pericia del piloto y de los mecánicos que habían dado mantenimiento al único motor que nos podría llevar de regreso a San José. Cuando estábamos aterrizando vi los camiones de bomberos y ambulancias velozmente siguiendo la nave. El piloto, con una gran maestría y aplomo, aterrizó el avión. La jefa de asistentes al aterrizar me dijo “Tuvimos suerte que este capitán estuviera al frente de esta aeronave. Si alguien podía hacer lo que hizo era él, por su experiencia de 21 años y por sus conocimientos”. Era muy claro que, ante esa crisis, no estábamos en manos de un inepto. Otra hubiera sido la historia si hubiéramos estado en manos de un inepto. Cuando ponemos nuestras vidas en manos de otros, debemos asegurarnos de  que no sean ineptos. No hacerlo nos hace tan responsables como ellos si algo saliera mal. La situación que hoy vivimos me ha hecho recordar las lecciones de esta experiencia.

Por cierto, quizás alguno se pregunte qué causó que el motor explotara. Nos lo dijo el piloto al salir de la cabina “Un inmenso cóndor entró en el motor”.

Dr. Jorge Iván Vélez Arocho
presidente
Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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