Mensaje de Cuaresma

Homilía de SER Mons. Félix Lázaro Martínez.

Vídeo producido por Católica Televisión.

 

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

Quiero comenzar esta homilía de este Miércoles de Ceniza con unas palabras que el Papa  Francisco pronunció ayer martes, 4 de marzo, en la misa que celebró como es habitual, en la  Casa Santa Marta. El Papa afirmó entre otras cosas que: “La cruz está siempre en el camino  del cristiano”. Al parecer el Papa centró su homilía en la persecución a los cristianos y  advirtió que “hoy hay más mártires que en la primera época de la Iglesia”. Por tanto, prosiguió  diciendo, “la vida cristiana no es una ventaja comercial, no es hacer carrera: es sencillamente  seguir a Jesús. “También dijo “porque el mundo no tolera la divinidad de Cristo. Ni tolera el anuncio del Evangelio”. “Os digo que hoy hay más mártires que en los primeros tiempos de la Iglesia”.

Hoy ser cristiano, definitivamente, no es fácil, lo acabamos de escuchar de la boca del Papa  Francisco: “no es una ventaja comercial, no es hacer carrera. Ser cristiano es seguir a Jesús”.

Es dentro de este marco que hoy, Miércoles de Ceniza, damos comienzo a una temporada  significativa en el calendario de la Iglesia: la Cuaresma, un largo período de cuarenta días, de  ahí el nombre de Cuaresma, cuarenta días de preparación para la fiesta más importante del ario: la Pascua, la Resurrección de Jesús.

Un tiempo que la Iglesia quiere que dediquemos a ponernos en forma.  La Cuaresma nos invita ponernos en forma espiritual para fortalecer las áreas débiles o fuera  de forma, espiritualmente, hablando.

Iniciamos una carrera, cuyo punto de partida es el reconocimiento de nuestra condición  humana creatural, que hemos sido creados por Dios, que somos criaturas suyas. Y también, de  nuestra condición pecadora, que hemos pecado, que somos pecadores. Por eso nos ponemos  la ceniza sobre nuestras cabezas: “Acuérdate que eres polvo, y al polvo has de volver”,  acuérdate que eres criatura, que has sido creado, que perteneces a tu Creador. Acuérdate que  hemos sino redimidos y comprados con la sangre de Cristo que entregó su vida por nosotros  pecadores. Este es el punto de partida.

El punto de llegada es la Pascua, la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte,  prenda de nuestra liberación. Lo diré en otras palabras, es una carrera, desde nuestro hombre  viejo, el hombre de pecado, al hombre nuevo, según la gracia. Es una carrera desde la  oscuridad a la luz, desde la muerte a la vida, desde el egoísmo al amor. “La cuaresma es el  tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la  misericordia”, dijo el Papa Benedicto XVI en su primer mensaje cuaresmal, el mensaje para la  cuaresma de 2006.

 

Una carrera, un camino que recorrer, una peregrinación interior, que nos va transformando  espiritualmente, internamente, por dentro y desde dentro, transformando nuestra manera de pensar, querer y sentir mundana, a la manera de pensar, querer y sentir de Cristo. El Papa lo  ha dicho muy bien. Los cristianos deben tener los mismos sentimientos de Cristo. Y de esto es  que se trata, de que día a día, semana tras semana, al final de la cuaresma haya ocurrido un cambio interior en cada uno de nosotros, una metanoia, un cambio de mentalidad, que eso  significa metanoia, una nueva manera de ver las cosas, una auténtica conversión.  San Pablo se lo decía a los romanos, (Rom. 12, 1-2) cuando les escribía: “Ahora, hermanos,  os invito por la misericordia de Dios a que os entreguéis vosotros mismos como sacrificio vivo y santo que agrada a Dios: ése es nuestro culto espiritual. No sigáis la corriente del  mundo en que vivimos, más bien transformaos por la nueva mentalidad. Así sabréis ver cuál  es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto”.

Nos tenemos que convertir, pero es a Cristo a quien tenemos que convertirnos. “El ayuno y la  limosna, que, junto con la oración, la Iglesia propone de modo especial en el período de  Cuaresma, son una ayuda propicia para conformarnos con la “mirada” misericordiosa de  Jesús.

Tener los mismos sentimientos de Jesús, conformar nuestra manera de mirar y ver, a la  mirada y manera de ver de Jesús, es el objetivo que debe proponerse todo cristiano dispuesto  a adentrarse en esa peregrinación interior de la que habla el Papa.

Cómo contrastan nuestros egoísmos y maneras humanas y mundanas de ver las cosas, con la  mirada limpia y transparente de Jesús. Cómo contrastan nuestros odios y rencores, nuestros apegos y codicias, con la mirada misericordiosa y llena de ternura de Jesús.

Por eso la Iglesia y la liturgia, de manera casi machacona, repetirán la necesidad de recurrir a  la oración, al ayuno y a la limosna, como formas de vencer las dificultades y superar los  obstáculos. Puedo decirles, me atrevo a decirles, que a pesar de encontrarnos en la era  espacial, y en el mundo de las técnicas más avanzadas y sofisticadas, nada hay que pueda  sustituir la oración, el ayuno y la limosna, propuestos por Jesús. En una ocasión en que los discípulos de Jesús no pudieron echar un demonio de un hombre, Jesús les contestó que esos casos sólo se vencían con ayuno y oración. Y hasta donde me consta, la práctica del evangelio no ha cambiado, ni cambiará.

Oración, ayuno. Más ayuno y más oración es la insistencia de la Iglesia durante la cuaresma,  para vivirla pía, sobria y santamente.

Pero ¿de qué ayuno estamos hablando?. Escuchemos los sabios señalamientos del profeta Isaías: “¿Para qué ayunar, Si no hacéis caso? Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores, mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad… ¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?”

“El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne”. (Is. 58)

Está claro que el verdadero ayuno consiste en practicar la justicia, y más en particular, con los pobres y desvalidos. Para eso hay que revestirse por dentro de la justicia y hacer saltar los cerrojos de los cepos. “Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillar tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”, concluye el profeta.  Otro tanto podrías decir de la oración; de la oración humilde y confiada, dirigida al Señor, de quien proviene todo don. No estará de más que en este tiempo de cuaresma el cristiano intensifique sus momentos y ratos de oración, seguro de recibir luz y fuerza de lo alto.

“Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo. Obviamente, el cristiano que reza no pretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha previsto. Busca más bien el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que esté presente, con el consuelo de su Espíritu, en él y en su trabajo”, nos recuerda el Papa Benedicto XVI.

Y no puede faltar en esta cuaresma el ejercicio generoso de la limosna, de la caridad.

Escuchemos una vez más al Papa; “Según el modelo de la parábola del buen samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos, los prisioneros visitados…

Me atrevo a sugerir, entre otras obras de caridad, como ejercicio particular de esta Cuaresma, contribuir a la colecta diocesana que se realizará el Segundo Domingo de Cuaresma en todas las Iglesias de la diócesis, para ayudar particularmente a tres Obras: al Albergue de la Providencia, a Casa Cristo Pobre y al Asilo de las Hermanas Misioneras de la Caridad de Teresa de Calcuta.

Mis queridos hermanos, dispongámonos a emprender el camino, la carrera, la peregrinación   interior a través de la Cuaresma, que nos conduce hasta la Pascua, a la gozosa resurrección de

Cristo, prenda de nuestra salvación y liberación.

 

†Félix Lázaro Martínez, Sch. P.

Obispo de Ponce

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